domingo, 28 de junio de 2009

Fin de semana en el campo (parte II)


El sábado llegamos a Navafría (Segovia) a la hora de comer. El plan era pasar un día de descanso total, de desconexión del mundo y siguiendo recomendaciones de mi amiga M. elegimos El Chorro. Navafría es un pueblecito idílico, en las faldas de la sierra y el hotel no podía ser menos. Cada habitación es una pequeña casita, con un porche para leer, escribir o charlar con los vecinos y todo lujo de detalles para ser un lugar de agroturismo.



El Chorro (Junio 2009)
Como hasta las 4,30 de la tarde no teníamos el masaje, bajamos al pueblo para comer algo. En la plaza del Ayuntamiento hay un establecimiento con toldos rojos y letras blancas llamado Lobiche. Aunque ni conocíamos el sitio ni el pueblo parecía como si Manolo y toda su familia que regentan el negocio familiar nos hubieran estado esperando para ofrecernos fonda. Aunque no teníamos reserva enseguida nos hicieron un hueco en el restaurante, y la carne y los huevos con patatas que nos prepararon sabían exactamente como los que hace mi abuela en el pueblo. De vez en cuando, la madre de Manolo se acercaba tímidamente para preguntarnos si nos gustaba la comida, y su padre al ver nuestras caras de satisfacción nos enseñó el horno de leña donde una hilera de cochinillos se tostaban lentamente.

Por supuesto les dijimos que nos guardaran uno de esos pequeños (in)felices para la cena porque sólo el olor era irresisitible. Y no íbamos a marcharnos de Navafría sin comer cochinillo ya fuera para cenar o para desayunar o ambas cosas.

De vuelta al Chorro, leímos un rato en el porche, después fuimos a nuestra sesión de masaje sensoanímico y para terminar estuvimos durante una hora a remojo en el spa del hotel.

Por la tarde nos sentamos en el chiringuito de la orilla del río a tomar unas cervezas y seguir con la terapia de no hacer nada

Navafría (Junio 2009)

En realidad la idea sí era hacer algo. Hacer hambre para el cochinillo de la noche. Y tampoco defraudó. Allí estábamos P. y yo puntuales a las 21,45 y sólo se puede decir que cuando salimos sobre las 11,30 de la noche estábamos para estallar, pero encantados de lo bien que habíamos comido y las historias que nos había contado Manolo. Y un gran detalle, los restos del cochinillo nos los guardaron en un tupper para llevárnoslos a Madrid.

Al parecer los dueños de Lobiche tienen también una Posada y seguro que la próxima vez (que la habrá) nos quedaremos allí.

Después de cenar volvimos al Chorro y apagamos la luz.

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