El sol naciente

El desastre de Japón ha entristecido la vida en todo el planeta.

La naturaleza que con una mano da la vida y color al mundo, con la otra también reparte muerte y destrucción. Y tampoco entiende de justicia distributiva, quita más a quien menos tiene.

Hace tan solo un par de meses que sufrimos las terribles inundaciones en Queensland, y aunque la magnitud del desastre no es ni de lejos comparable, creo que puedo sentir en mi propia carne lo que está pasando esa pobre gente. Saber que aunque algunos por suerte están a salvo, a tu lado hay otros que han perdido mucho o todo. Asomarte a la ventana (si es que tienes ventana) o dar un paseo por el parque y ver que lo que ayer era verde, ahora es gris, y donde crecían las flores, ahora hay lodo. Caer en la cuenta de que nuestros bienes materiales no están garantizados, que en cualquier momento la historia puede volver a repetirse. Pensar que por importantes que nos creamos, o creamos que son nuestros problemas y cotidianeidades, en el cuadro global somos minúsculos, irrelevantes, prescindibles.

Sin embargo, aunque cada molécula de agua es insignificante en sí misma, cuando se juntan muchas se convierten en ríos y mares. Por separado no son más que gotas, pero cuando se unen despliegan toda su potencia, generan electricidad para dar calor, quitan la sed y dan cobijo a distintas especies.

De corazón deseo que los japoneses sientan que no están solos, que todo el planeta está con ellos, pensando en ellos, y colaborando en la medida de sus posibilidades.

De corazón deseo que poco a poco vuelva a brillar la luz en el imperio del sol naciente.

Sintra, verano de 2010