Hay varias cosas a las que todavía no he logrado acostumbrarme. Y no hablo de no tener a mi familia y amigos cerca, o a las comidas de mis abuelas. Me refiero a otras cosas más banales a las gestiones del día a día.
Por ejemplo, a pagar 17 dólares por ver una película en el cine. Menos mal que hemos encontrado un cine donde algunas sesiones pueden costar el módico precio de 8 dólares. Un chollo, una ganga, la casa entera tirada por la ventana, en otras palabras.
A perderme en el supermercado cada semana. En cada excursión me quedo embobada mirando los estantes repletos de ingredientes para comidas hindús, vietnamitas, chinas, galletas, golosinas a cada cual más hipercalórica, cuando mi objetivo es cazar una simple lata de tomate para los macarrones (que ya tampoco son macarrones, claro). Una simple lata, sin otra cosa que no sea tomate, sin tropezones de verduras adicionales, sin vinagres de colores ni especias del Nuevo Mundo, sin nada. El bote de Udaco de toda la vida (¿se llamaba Udaco?) Lo peor de todo es que al final acaban apareciendo en el carro sobres de sopa miso japonesa, pan de queso indio, infusiones de flor de loto y otras mil guarrerías que ni siquiera sé cómo se comen ¿Y el bote de Udaco?Missing, para la próxima excursión.
A pagar cantidades desorbitadas por cortarme el pelo en una peluquería normal. En mi próxima vida me plantearé ser peluquera en Australia, porque es una de las profesiones más lucrativas que existen.
A la forma de saludar. Los usos y costumbres de Australia indican que cuando interaccionas con cualquier persona, el diálogo que debe darse es:
-¿Qué tal estás hoy?
-Muy bien,gracias. ¿Y tú qué tal estás?
-Muy bien, gracias. En este punto incluso se puede hacer algún inciso sobre el clima (que da mucho juego en estas tierras) o sobre cricket.
Y entonces ya puedes pagar en el kiosko o preguntar una dirección. En cualquier caso siempre quedo como una maleducada o una egoísta. Si soy yo la que inicio la conversación, digo "Hola" o "Buenos días" y entrego el paquete de chicles y se acabó. Y si el señor me pregunta que qué tal estoy, contesto, "Bien, gracias" y se me olvida preguntar que qué tal están ellos. Y la verdad es que la gente se queda bastante cortada, como con la palabra en la boca, entonces es cuando me doy cuenta e intento rectificar. Pero ya no tiene sentido empezar de nuevo la conversación con el cambio en la mano y sólo logro balbucear chorradas como "yo también estoy bien" o "perdón, no estoy acostumbrada a esto". Y quedo como tonta perdida. En verdad debo decir que este uso o costumbre debería ser exportado al resto del mundo. En España (al menos en Madrid) todos vamos a lo nuestro, utilizamos el mínimo tiempo posible en hacer nuestras gestiones y nos impacientan los dependientes (y el resto de clientes) especialmente comunicativos, sobre todo si es a primera hora de la mañana. Los australianos siempre tienen tiempo para preguntar qué tal estás (pregunta de verdad, no retórica) y si además le das un poco de palique al de la tienda, mejor. Y nunca he visto al siguiente que está esperando detrás en la cola impacientarse, puesto que llegado el momento de girarte e irte, puede suceder que la conversación también se inicie con él.
En fin, cosas de otro mundo.
Un abrazo,
Ana
P.D. La foto no pega con el tema, pero me lleva gustando varios días, así que la comparto. La he visto en uno de mis nuevos blogs favoritos Apartment 34